El cerezo japonés (prunus serrulata lindl) pertenece a la familia de las Rosaceae y su origen se da en los territorios de lo que actualmente se conoce como Japón. Llega a medir de cuatro a cinco metros de altura y de diámetro de tres a cuatro metros. Sus hojas permanecen verdes durante el verano, en invierno se le caen las hojas y permanece desnudo hasta la entrada de la primavera, en esta estación se aprecian en todo su esplendor las sakuras, que son las flores del cerezo, en otoño el árbol se torna rojo, el cambio marcado de la coloración de estos árboles es uno de los más hermosos que el hombre ha llegado a apreciar y a valorar, tal es así que en Japón se celebra el festival de Hanami, que se celebra con un almuerzo familiar al pie de estos árboles en flor. Sus flores son encrespadas, de un color rosáceo purpura, salen después de la llegada de la primavera, nunca durante el invierno.
Es un emblema del Japón, a pesar de no ser la flor nacional pues forma parte de su cultura ancestral. Por otro lado muchas personas consideran al árbol como una especie vegetal de gran valor ornamental, motivo por el cual es muy cultivado. No necesita ser podado salvo para eliminar ramas viejas o desviadas, se debe evitar cortar las ramas más gruesas porque pone en riesgo la vida del árbol, también se deben de evitar las plagas de los pulgones que son los que más le afectan. La plantación de los cerezos japoneses es muy delicada, algunas especies pueden trasplantarse con estacas con hojas para hacerlas enraizar, para que soporte la niebla es necesario tratarlo con altos porcentajes de ácido indolbutírico, sin embargo es difícil que lleguen a sobrevivir un crudo invierno. Es mejor intentar plantarlas en otoño o en primavera.